Por Atilio A. Boron *
En estos días, Cuba se enfrenta a un dilema de hierro: o actualiza, revisa y reconstruye su modelo económico o la revolución corre el serio riesgo de sucumbir ante la presión combinada de sus propios errores y las agresiones del bloqueo norteamericano. Los países de América latina y el Caribe, así como la casi totalidad de los de Africa y Asia, no pueden permanecer indiferentes ante esta situación o limitarse a contemplar cómo la revolución libra, sin otra ayuda que sus propias fuerzas, esta decisiva batalla.
Pero el apoyo no puede ser meramente declarativo. Eso está bien, pero es insuficiente. Cuba necesita algo más: concretamente, que sus acreedores, especialmente cuando ellos son países de América latina y el Caribe, anulen la deuda externa cubana. Argentina es el mayor de esos acreedores –por un préstamo otorgado por el gobierno de Héctor Cámpora y su ministro de Economía, José B. Gelbard, en 1973– y que el ex canciller del presidente Néstor Kirchner, Rafael Bielsa, renegociara proponiendo una quita del 50 por ciento de su monto, que si se suman el capital y los intereses acumulados en la actualidad ascendería aproximadamente a unos 1800 millones de dólares.
Para esa misma época su colega de gabinete, el ministro de Economía, Roberto Lavagna, proponía a los acreedores de la Argentina una quita del 75 por ciento sobre el valor nominal de la deuda defaulteada con el derrumbe de la convertibilidad en diciembre de 2001. Como es bien sabido, este país finalmente logró una quita que, según los cálculos, fluctúa en torno al 70 por ciento del valor nominal de los bonos de su deuda. Lo menos que debería hacer la Casa Rosada sería garantizar para Cuba el mismo trato que obtuvo con sus propios acreedores. Aunque eso sería lo mínimo. Lo correcto, lo que sería éticamente impecable, sería dar por cancelada esa deuda y de ese modo aliviar la carga que pesa sobre la hermana República de Cuba. Los 1147 habitantes de la Argentina que, gracias a la “Operación Milagro”, en el último año recuperaron gratuitamente su vista en el Centro Oftalmológico Dr. Ernesto Guevara, de Córdoba, y los más de 20 mil alfabetizados que aprendieron a leer y escribir con el programa cubano “Yo sí puedo” son otras tantas razones para dar por cancelada esa deuda. Tal cosa sería un acto de estricta justicia. Y lo mismo deberían hacer los gobiernos de México, que mantiene acreencias del orden de los 500 millones de dólares; Panamá, 200 millones; Brasil, 40 millones; Trinidad Tobago, 30 millones; y Uruguay, también con 30 millones.
¿Por qué de estricta justicia? Por varias razones. Expondremos simplemente dos. En primer término, como equitativa retribución por el generoso e inigualado internacionalismo cubano que llevó a esa revolución a trascender sus fronteras, sembrando de médicos, enfermeras, dentistas, educadores e instructores deportivos por todo el mundo, mientras el imperio y sus aliados lo saturaba con militares, “comandos especiales”, espías, agentes de inteligencia, policías y terroristas. A lo largo de las últimas décadas, Cuba envió al exterior unos 135 mil profesionales de la salud a más de cien países de todo el mundo, especialmente Latinoamérica, el Caribe y Africa, pero también los hay en Asia. Los médicos cubanos estaban en Haití desde mucho antes de su fatídico terremoto y luego de él aumentaron su presencia, mientras que Estados Unidos enviaba marines.
La ayuda cubana para combatir la enfermedad y prevenir las muertes en tantos países fue –y es– concreta y efectiva. Ahora, los pueblos y naciones del tercer mundo deben correr a asistir a ese faro de la liberación nacional y social, que desde hace más de medio siglo inspira e ilumina las más nobles luchas de nuestros pueblos. Y deben hacerlo con una solidaridad militante, traducible en ayuda económica efectiva. Las declaraciones serán bienvenidas, pero insuficientes.
En segundo lugar, hay una obligación moral de ayudar a Cuba porque, pensemos, ¿qué hubiera sido de nuestros países si su revolución no hubiese resistido a pie firme, sin arriar sus banderas, las presiones del imperialismo y la derecha mundial una vez producida la implosión de la Unión Soviética? Con una Cuba de rodillas, vencida e inerme ante la restauración del saqueo neocolonial a la que había sido sometida desde 1898; con sus sueños y utopías humanistas vapuleados por el retorno triunfal de las mafias capitalistas como las que, por ese entonces, estaban asolando a la difunta Unión Soviética; con la revolución y la creación de una sociedad solidaria anatemizadas como irresponsables ensoñaciones de falsos mesías que inexorablemente culminan en una infernal pesadilla, ¿habría sido posible el trascendental cambio ideológico-político materializado en el ascenso y consolidación en el poder de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, para no mencionar sino los casos más significativos? Más aún, sin el estímulo emanado de la heroica resistencia de Cuba, de su “mal ejemplo” evidenciado en tasas de mortalidad infantil menores que las de Estados Unidos, a pesar del bloqueo y las agresiones, ¿habría sido posible el auge de la muy moderada centroizquierda en países como la Argentina, Brasil y Uruguay a comienzos del nuevo siglo? ¡De ninguna manera! Si estos avances fueron posibles fue, amén de las causales propias de cada caso, porque Cuba resistió. Si hubiese capitulado y sido convertida en un protectorado norteamericano, el tsunami derechista habría arrasado esta parte del mundo. Gracias a Cuba, nuestros pueblos evitaron tamaña catástrofe.
Por eso, aparte de anular las deudas existentes con los países de la región, los acreedores tanto como quienes no lo son deberían crear sin dilación un fondo especial de solidaridad con la Revolución Cubana. Estados Unidos lo hizo para salvar a los europeos de la debacle después de la Segunda Guerra Mundial, y su éxito fue extraordinario. El Plan Marshall satisfizo plenamente las expectativas que había despertado y las economías europeas se recuperaron rápidamente. Cuba, castigada con dos planes Marshall en contra –tal es, hasta ahora, el costo del bloqueo norteamericano sobre la frágil economía cubana– merece con creces un gesto similar de sus hermanos latinoamericanos. Estos cuentan con enormes reservas en sus bancos centrales. En 2007, el presidente ecuatoriano Rafael Correa calculó que las reservas existentes en la región rondarían en torno de unos 200 mil millones de dólares y esa cifra no ha dejado de crecer en los años posteriores. Una estadística suministrada por el FMI indica que a fines de 2009 las reservas internacionales de la Argentina ascendían a 49.599 millones de dólares, 238.520 millones en Brasil, 90.837 millones en México, 26.115 millones en Chile, 24.991 millones en Colombia, 32.803 millones en Perú y 35.830 millones de dólares en Venezuela.
Sin duda alguna, con los aumentos registrados en 2010, las reservas combinadas de estos países –más otros, como Bolivia, Ecuador y Uruguay, no contemplados en la estadística– superarían holgadamente los 500 mil millones de dólares. De ahí la enorme importancia de poner en marcha cuanto antes el Banco del Sur, todavía trabado por pretextos burocráticos y por la miopía política de que hacen gala algunos gobiernos. Afectando apenas el 2 por ciento de tan fabulosas reservas se podría crear, sin mayor esfuerzo, un fondo especial de 10 mil millones de dólares destinado a financiar el complejo proceso de reformas económicas socialistas que Cuba debe llevar a cabo impostergablemente en los próximos meses. Sería un gesto de merecida reciprocidad ante la probada solidaridad cubana con nuestros países a lo largo de cinco décadas; y también un acto de calculado altruismo para lo cual sólo hace falta voluntad política, porque el dinero ya está. ¿O es que algún gobernante de la región puede ser tan ingenuo como para no darse cuenta de que, si la Revolución Cubana fuese derrotada, el imperio se abalanzaría con todas sus fuerzas sobre nuestros países, sin distinción de pelajes ideológicos, para recolonizar a sangre y fuego el continente y restaurar el orden que Fidel y el Movimiento 26 de Julio vinieron a impugnar el 1º de enero de 1959?
* Politólogo.
Pero el apoyo no puede ser meramente declarativo. Eso está bien, pero es insuficiente. Cuba necesita algo más: concretamente, que sus acreedores, especialmente cuando ellos son países de América latina y el Caribe, anulen la deuda externa cubana. Argentina es el mayor de esos acreedores –por un préstamo otorgado por el gobierno de Héctor Cámpora y su ministro de Economía, José B. Gelbard, en 1973– y que el ex canciller del presidente Néstor Kirchner, Rafael Bielsa, renegociara proponiendo una quita del 50 por ciento de su monto, que si se suman el capital y los intereses acumulados en la actualidad ascendería aproximadamente a unos 1800 millones de dólares.
Para esa misma época su colega de gabinete, el ministro de Economía, Roberto Lavagna, proponía a los acreedores de la Argentina una quita del 75 por ciento sobre el valor nominal de la deuda defaulteada con el derrumbe de la convertibilidad en diciembre de 2001. Como es bien sabido, este país finalmente logró una quita que, según los cálculos, fluctúa en torno al 70 por ciento del valor nominal de los bonos de su deuda. Lo menos que debería hacer la Casa Rosada sería garantizar para Cuba el mismo trato que obtuvo con sus propios acreedores. Aunque eso sería lo mínimo. Lo correcto, lo que sería éticamente impecable, sería dar por cancelada esa deuda y de ese modo aliviar la carga que pesa sobre la hermana República de Cuba. Los 1147 habitantes de la Argentina que, gracias a la “Operación Milagro”, en el último año recuperaron gratuitamente su vista en el Centro Oftalmológico Dr. Ernesto Guevara, de Córdoba, y los más de 20 mil alfabetizados que aprendieron a leer y escribir con el programa cubano “Yo sí puedo” son otras tantas razones para dar por cancelada esa deuda. Tal cosa sería un acto de estricta justicia. Y lo mismo deberían hacer los gobiernos de México, que mantiene acreencias del orden de los 500 millones de dólares; Panamá, 200 millones; Brasil, 40 millones; Trinidad Tobago, 30 millones; y Uruguay, también con 30 millones.
¿Por qué de estricta justicia? Por varias razones. Expondremos simplemente dos. En primer término, como equitativa retribución por el generoso e inigualado internacionalismo cubano que llevó a esa revolución a trascender sus fronteras, sembrando de médicos, enfermeras, dentistas, educadores e instructores deportivos por todo el mundo, mientras el imperio y sus aliados lo saturaba con militares, “comandos especiales”, espías, agentes de inteligencia, policías y terroristas. A lo largo de las últimas décadas, Cuba envió al exterior unos 135 mil profesionales de la salud a más de cien países de todo el mundo, especialmente Latinoamérica, el Caribe y Africa, pero también los hay en Asia. Los médicos cubanos estaban en Haití desde mucho antes de su fatídico terremoto y luego de él aumentaron su presencia, mientras que Estados Unidos enviaba marines.
La ayuda cubana para combatir la enfermedad y prevenir las muertes en tantos países fue –y es– concreta y efectiva. Ahora, los pueblos y naciones del tercer mundo deben correr a asistir a ese faro de la liberación nacional y social, que desde hace más de medio siglo inspira e ilumina las más nobles luchas de nuestros pueblos. Y deben hacerlo con una solidaridad militante, traducible en ayuda económica efectiva. Las declaraciones serán bienvenidas, pero insuficientes.
En segundo lugar, hay una obligación moral de ayudar a Cuba porque, pensemos, ¿qué hubiera sido de nuestros países si su revolución no hubiese resistido a pie firme, sin arriar sus banderas, las presiones del imperialismo y la derecha mundial una vez producida la implosión de la Unión Soviética? Con una Cuba de rodillas, vencida e inerme ante la restauración del saqueo neocolonial a la que había sido sometida desde 1898; con sus sueños y utopías humanistas vapuleados por el retorno triunfal de las mafias capitalistas como las que, por ese entonces, estaban asolando a la difunta Unión Soviética; con la revolución y la creación de una sociedad solidaria anatemizadas como irresponsables ensoñaciones de falsos mesías que inexorablemente culminan en una infernal pesadilla, ¿habría sido posible el trascendental cambio ideológico-político materializado en el ascenso y consolidación en el poder de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, para no mencionar sino los casos más significativos? Más aún, sin el estímulo emanado de la heroica resistencia de Cuba, de su “mal ejemplo” evidenciado en tasas de mortalidad infantil menores que las de Estados Unidos, a pesar del bloqueo y las agresiones, ¿habría sido posible el auge de la muy moderada centroizquierda en países como la Argentina, Brasil y Uruguay a comienzos del nuevo siglo? ¡De ninguna manera! Si estos avances fueron posibles fue, amén de las causales propias de cada caso, porque Cuba resistió. Si hubiese capitulado y sido convertida en un protectorado norteamericano, el tsunami derechista habría arrasado esta parte del mundo. Gracias a Cuba, nuestros pueblos evitaron tamaña catástrofe.
Por eso, aparte de anular las deudas existentes con los países de la región, los acreedores tanto como quienes no lo son deberían crear sin dilación un fondo especial de solidaridad con la Revolución Cubana. Estados Unidos lo hizo para salvar a los europeos de la debacle después de la Segunda Guerra Mundial, y su éxito fue extraordinario. El Plan Marshall satisfizo plenamente las expectativas que había despertado y las economías europeas se recuperaron rápidamente. Cuba, castigada con dos planes Marshall en contra –tal es, hasta ahora, el costo del bloqueo norteamericano sobre la frágil economía cubana– merece con creces un gesto similar de sus hermanos latinoamericanos. Estos cuentan con enormes reservas en sus bancos centrales. En 2007, el presidente ecuatoriano Rafael Correa calculó que las reservas existentes en la región rondarían en torno de unos 200 mil millones de dólares y esa cifra no ha dejado de crecer en los años posteriores. Una estadística suministrada por el FMI indica que a fines de 2009 las reservas internacionales de la Argentina ascendían a 49.599 millones de dólares, 238.520 millones en Brasil, 90.837 millones en México, 26.115 millones en Chile, 24.991 millones en Colombia, 32.803 millones en Perú y 35.830 millones de dólares en Venezuela.
Sin duda alguna, con los aumentos registrados en 2010, las reservas combinadas de estos países –más otros, como Bolivia, Ecuador y Uruguay, no contemplados en la estadística– superarían holgadamente los 500 mil millones de dólares. De ahí la enorme importancia de poner en marcha cuanto antes el Banco del Sur, todavía trabado por pretextos burocráticos y por la miopía política de que hacen gala algunos gobiernos. Afectando apenas el 2 por ciento de tan fabulosas reservas se podría crear, sin mayor esfuerzo, un fondo especial de 10 mil millones de dólares destinado a financiar el complejo proceso de reformas económicas socialistas que Cuba debe llevar a cabo impostergablemente en los próximos meses. Sería un gesto de merecida reciprocidad ante la probada solidaridad cubana con nuestros países a lo largo de cinco décadas; y también un acto de calculado altruismo para lo cual sólo hace falta voluntad política, porque el dinero ya está. ¿O es que algún gobernante de la región puede ser tan ingenuo como para no darse cuenta de que, si la Revolución Cubana fuese derrotada, el imperio se abalanzaría con todas sus fuerzas sobre nuestros países, sin distinción de pelajes ideológicos, para recolonizar a sangre y fuego el continente y restaurar el orden que Fidel y el Movimiento 26 de Julio vinieron a impugnar el 1º de enero de 1959?
* Politólogo.